domingo, 18 de abril de 2010

Radiografía impersonal

Empezare diciendo que quiero ser un ingeniero, un ilustre ingeniero. No sé porque decidí estudiar ingeniería o, de repente, sí lo sé pero no me gusta admitirlo. Siempre soñé con tener una casa, una familia y un auto bueno, bonito pero no barato; y cuando tome conciencia de que la mayoría de personas a las cuales admiro son ingenieros, pues me aventure a tremenda hazaña. Desde niño, mi pasión por los números era evidente, para mis padres; todavía recuerdo cuando, estando en segundo o tercero de primaria, me vi obligado a usar una cajita electrónica, que daba respuestas automáticas a las preguntas que yo creía incontestables, para sabotear, vil pero creativamente, las divisiones inexactas que tenia frente a mis ojos en una hoja de papel cuadriculado. Para ser sinceros, en mi educación primaria y en una pequeña fracción de educación secundaria, siempre fui un lerdo y tontorrón para cualquier número o letra que se cruzara en mi camino dejando de lado la mayoría de asignaturas-menos Historia, cabe resaltar-para darle más importancia a mi frustrada vida futbolística, a mis recreos jugando a los taps(espero que alguien los recuerde) y a mis tardes y noches enteras viendo televisión o haciendo sufrir a mi vieja PC con los juegos de moda en esa época.

Debo admitir que gran parte de las cosas que he logrado en mi vida-que son muy pocas-se debe a mi férrea terquedad, inmortal rebeldía contra cualquier tipo de autoridad, menos a la de mis padres, y a mi gran capacidad para mofarme de mi mismo. Todas estas-cuasi-aptitudes fueron ajustando, con no mucha precisión, las tuercas que regulan mi carácter y produjeron una suerte de liberalismo de la ideología materna. Tal alejamiento me hizo un libertario sin mucha libertad, un independiente dependiente de mis padres, un ser desinhibido lleno de complejos, un luchador sin ganas de esforzarse y un soñador con sueños rotos y muchos otros sin concretar.

No puedo decir que tuve una infancia triste; es más, puedo asegurar que tuve una infancia bastante feliz; sin muchos sobresaltos emocionales pero con algunos problemas escolares que, para mucha gente, muestran sus estragos hasta ahora. Mi infancia transcurrió entre el trabajo fuerte y constante de mi padre, el amor y el control de mi madre, los libros rojos de cuentos de mi abuelo, las conversaciones inocentes con mis mejores amigos, que ahora no son tan buenos ni tan amigos, y las peleas interminables y furibundas con mis enemigos más acérrimos que, con el tiempo, se volvieron mis amigos más cercanos y entrañables y a los cuales recuerdo mientras escribo esta radiografía tan mía. Siempre fui un niño diferente y ahora que me pongo a pensarlo; ¿Quién no puede ser diferente con 90 kilos de peso y 1.60 de estatura? Creo que a cualquier persona le hubiera costado bastante pasar desapercibido, ¿no? Ahora que lo analizó, después de muchos años, no solo era mi apariencia; fiestas, pocas porque son una pérdida de tiempo, según mis papas; amigos, pocos porque uno no puede ser amigo de todo el mundo, según mis padres y estudios, diminutos porque yo no les veía sentido; parece que era un pequeño prototipo de perdedor sin arreglo.

De pronto, la pubertad llegó de la manera más corriente; hasta llegue a pensar que sería diferente por todas las paparruchadas que decían los profesores sobre ella pero seguía siendo el mismo tipo rechonchito, tímido y tonto hasta el extremo; las únicas diferencias eran que ahora ya estaba en primero de secundaria y ya me había resignado a ser un mal pelotero volviendo a practicar tenis de mesa, ¿Qué es eso? En el buen castellano, se le llama pingpong. Creo que en este punto empezó mi pasión por la literatura; mas no por la lingüística, que siempre me pareció aburrida y compleja. Empecé leyendo varios libros de Cuauhtémoc Sánchez u Og Mandino; aquellos libros ciertamente me atraparon en una de las redes más peligrosas y adictivas que experimentado hasta estos días aparte del amor, la lectura. Me gustaba leer pero no escribir; para ser sincero, lo veía como una pérdida de tiempo; es decir, una pérdida de tiempo para mí porque soy demasiado malo haciéndolo. En el colegio, las cosas iban realmente iguales; algunas peleas, algunas citaciones para mis padres por mi comportamiento irreverente, muchos discursos de un reverendo que hasta ahora recuerdo por su bondad y su carisma y las charlas de un profesor, único en su especie, que nos me enseño tanto y a la vez nada, que dijo tantas cosas con una elocuencia digna de cualquier político, pero sin embaucarnos vilmente, y a la vez fue demasiado parco. Peleas; bueno, solo hubieron tres: en una me hicieron sangrar la nariz dejándome fuera del ring; en pocas palabras, perdí; en la otra, pegué cual Mike Tyson y dejé sin aire y con los ojos lagrimosos a un ser no tan inocente y muy violento; en la última, bueno, fue un empate porque de un golpe en el pecho me dejaron sin aire, llorando y sin el coraje de seguir peleando. Citaciones; ninguna importante, cosas ínfimas como ir con medias blancas cuando las de uniforme eran plomas, no llevar bivirí sino polo, llevar mochila de otro modelo o marca que no era la del cole; aunque una de esas tantas citaciones me marcó, yo había llegado de entrenar y cuando fui a saludar a mi mamá la encontré llorando, me miró y me dijo “Nunca más vuelvo a ir a una citación por disciplina”, yo me quedé boquiabierto, no entendía lo que pasaba. Abracé a mi madre y le pregunte lo que había pasado, ella me contestó como siempre contesta una madre, “Me dijo que eres una malcriado, que faltas el respeto y te metes en problemas porque te gusta hacerlo…dijo que estoy criando a un pandillero, a un delincuente”; nunca le perdone a ese mequetrefe y mal remedo de caballero que le dijera eso a mi madre; lo único que hice fue cambiar, estudiar bastante para demostrarle a él y a muchas personas más que yo podía dar más de lo que cualquier persona puede esperar de mí. Para ser sinceros, hasta ahora sé que gane esa batalla.

El amor, las fiestas y el trago. Ya tenía 15 años y todavía no había tomado ni fumado; seguía siendo obeso, pero, para ese año, tenía la firme intensión de bajar de peso, de seguir subiendo mis notas y de salir con una chica. Así empezó mi adolescencia, donde adolecí de todo menos de algún dolor físico importante. En la segunda fiesta que fui tuve que bailar, más por obligación de manada que por iniciativa propia; creo que pocas veces he hecho y he sentido tanta vergüenza de mí. Después de eso, aprendí a bailar por iniciativa propia y como una forma de proteger mi alicaído ego. Tiempo después, empecé a salir con una chica y, en ese momento, empecé a escribir, no prosa, sino algunos versos dulces, tontos y vergonzosos que no público por pudor y porque no recuerdo la clave del documento en el que los guarde hace ya 3 años. A pesar de que eran versos, me di cuenta que por ellos podía demostrar algunas cosas que no podía decir; eran malos pero eran míos. Pasó el tiempo, viaje a Lima a estudiar la academia en verano y volví a Chiclayo a terminar mi último año de colegio. Para esto conocí a una chica que me movió el piso, cual terremoto, que para efectos del anonimato llamaremos María; estuve año y medio con ella o un año dependiendo del lente con el que se lo mire; creo que esa fue la época en donde Neruda y Bécquer me acompañaron en las noches afiebradas de alucinaciones poéticas, ya que fue la época donde escribí versos en cantidades industriales; versos que ahora descansan empolvados dentro de alguna caja que se encuentra escondida en alguna esquina del cuarto de María escondidos de la mirada inquisidora y recelosa de un tipo que no me cae ni bien ni mal pero si peor.

Paso el tiempo, deje de lado a María y el sentimiento ambiguo que ella me ocasionaba después de algunos hechos pocos afortunados y menos románticos y conocí a otra chica que, al igual que la anterior, para efectos del anonimato llamaremos María. Tan diferentes las dos, con el mismo nombre y llevándose mal sin conocerse. María, la última-puede que suene feo pero es necesario evitar las confusiones-, fue dulce y atrevida conmigo, me enseño cosas que yo jamás había pensado aprender e hice cosas que yo jamás había pensado en hacer y lo que más aprecio y quiero de ella, aunque ahora las cosas sean diferentes, es que impulso en mi a ese escritor inexistente y por eso le agradezco infinitamente. De repente, por eso es que me anime a escribir y a crearme un blog; porque perdí el miedo a ser criticado, a ser atacado por pensar diferente a los demás, a ser como yo soy. Ahora estoy solo, disfrutando de mi soledad y escribiendo con una frecuencia austera en un blog que nadie lee pero que a todos mis amigos le gusta. Creo que todavía no encontrare el motivo que me hace escribir pero, para mala suerte de algunos(as), seguiré escribiendo esperando que a alguien le guste y seguiré pensando como pienso, seguiré jugando pingpong, disfrutando de las conversaciones con mis amigos, extrañando a mis padres y a mis abuelos que tanto amó, amé y amaré, extrañando los besos que no di y odiando profundamente las resacas que nunca tuve. Escribiré para sentirme bien conmigo mismo y hacer feliz a las personas que les gusta lo que escribo. Escribiré porque cuando escribo puedo ser yo; sin miedo, sin limitaciones, sin ser yo y siendo yo mismo en un solo instante.

Hattrick de Jorge Drexler

La trama y el desenlace
Noche de miercoles, youtube en la pantalla de mi laptop y Drexler en los parlantes con una guitarra, un xilofonito y un instrumento realmente raro pero delicioso. Una de las canciones que más me ha gustado desde la primera vez que lo escuche hace ya 3 años.

P.D1: Al que descubra o adivine cual es el instrumento del tipo de la derecha que esta detras de Drexler le regalo...un abrazo :)
P.D2: El último disco "Amar la trama" esta demasiado bueno.


Mi guitarra y vos
Tenia 16 años, echado en la cama de mis padres mientras hacia zapping llegue a PlusTv y estaba dando "Sonidos del mundo". En ese momento, estaba tocando un uruguayo, completo anonimo para mí, y, de pronto, sonó esta canción. No tuve palabras para describir lo que sentí ni lo que escuché. Prendí mi PC y la bajé.


Polvo de estrellas
Se la debia a un buen amigo. Esta canción tiene una letra bastante buena. Para todas las personas que no se dan cuenta que solo somos polvo de estrellas.

Historia de una historia-I

Él la mira, sonríe y es feliz. Ella se endulza con su sonrisa y se enternece con su mirada. Cada sonrisa y cada mirada es una eterna felicidad en cada segundo de sus vidas.

Yo, desde el otro lado del bus, observo regocijado el amor y la felicidad de ese trío, pero a la vez percibo un detalle importante, pequeño pero constante en estos días: Él y ella son jovenes, probablemente unos años mayores que yo y, con mucha mayor probabilidad, universitarios.

Al observarlos concluí que su situacion no era fácil; la realidad no es solo amor, felicidad y ternura; la realidad muchas veces es dura, triste y dolorosa; y para ellos, por alguna razon extraña y azarosa del destino, posiblemente sin el apoyo de sus padres y teniendo que trabajar y estudiar al mismo tiempo para alimentar y darle más vida a ese pequeño, escurridizo, enternecedor y amoroso ser; la realidad será más adversa de lo normal.

De pronto, el bus sobre paro y me saco de mis cabilaciones existenciales; el paradero de aquella feliz familia habia llegado; su viaje habia terminado pero esta historia recien comienza.

miércoles, 14 de abril de 2010

Hattrick de Jason Mraz

Suerte(con Ximena Sariñana)
Esta canción me dejo pegado; le di 10 vueltas y todavia me quedo asombrado cuando la escucho. Disfrutenla.


I'm yours

La primera canción que escuché de él.


Life is wonderfull
Para cerrar la tripleta...una canción profunda.


P.D. Life is wonderfull, enjoy it

jueves, 8 de abril de 2010

Guitarra, vos, ¡acción!

Su pelo sefardí se posa, alborotado, en su cabeza dándole espacio a su frente para lucirse. Sus cejas, tímidamente pobladas, hacen muy poca sombra a unos ojos marrones que reflejan algo más que alegría, algo más que sinceridad, algo más que él mismo. Su nariz se desliza como una cordillera escarpada entre sus ojos; mientras que, unas ojeras aprisionan mansamente, como si fuesen hamacas, a sus ojos. Delgado y sonriente, asegura que el único peso que tiene un Oscar es el que registra la balanza de los aeropuertos, que, en honor a la verdad, poco no es. Otorrinolaringólogo de profesión, poliglota por amor y cantautor por vocación; prefirió los acordes y la lírica para curar algo más que oídos. Cada tema que compone está perfectamente acompañado por un festín de notas musicales, donde la alegría de una guitarra acústica y la tranquilidad de su voz son inconfundibles y, a la vez, confundidas en una colección de sonidos celestiales y mundanos. Él es su guitarra y voz, por eso no puede definirse; podría ser un moro judío, un hermano de la duda, un pianista perseguido o el hijo de un forastero y de una estrella de alba. Lo único que puede asegurar es el gran placer que le produce cantar frente a las personas que están dispuestas a escucharlo y a cantar junto a él y a compartir esos minutos en que los sentimientos se confunden en un mar de recuerdos.


Aquí tienen Una canción me trajo hasta aquí, el single de Amar la trama, ultimo disco de Drexler. Además pongo la carátula por si la encuentran en alguna discotienda. Espero que disfruten la lectura y la canción.





domingo, 4 de abril de 2010

Un sueño, una browning

Nota: Bueno, esta es una historia que escribí y me gustaria que la lean. Puse esta nota, a consejo de mi brother, para que puedan saber lo que es y no se aburran antes de empezar a leerla. Bueno espero que la disfruten. Un saludo para todos.

P.D.1 Si hay errores ortograficos o gramaticales, lo siento, intentare corregirlos en los próximos posts.

P.D.2 La cancion que utilice en el cuento la dejo al final. Esta buenisima asi que disfrutenla.

Un sueño, una browning

Ahora estoy cuatro metros bajo tierra; solo y, a la vez, acompañado por un cuerpo inerte que algún día fue joven, fuerte, cálido y mío; desde aquellos días han pasado muchos lustros que me trajeron grandes dosis de dolor, felicidad y dinero, cuantiosas y adictivas dosis de dinero. Sólo recuerdo el frio intenso y electrizante que sentí en mi cabeza después de responderle al malnacido que me quiso robar que se fuera a ver a su mala madre que lo parió; no fui cobarde, defendí hasta donde pude el dinero que había sacado minutos antes del banco. Todo había sido demasiado rápido; entré al banco, esperé mi turno para ventanilla, retire los ochenta mil dólares para comprar el terreno en la playa, salí del banco, subí a la Montero que había comprado hace poco, crucé el ovalo, dos calles a la derecha, una más a la izquierda y, de repente, me sobrepaso un carro blanco de lunas polarizadas; lo demás es conocido, el carro sobre paro delante de mí y bajaron cinco tipos encapuchados empuñando violentamente sus pistolas. Me bajaron del carro, me tendieron en el suelo y me preguntaron, mientras ponían una pistola en mi cabeza, por el dinero que había retirado. Ahora estoy cuatro metros bajo tierra.

¿Qué siento? Es casi imposible decir lo que siento, al menos físicamente, pero hay cosas que no siento: no siento el frío del metal sobre el cual reposa mi cabeza; no siento el Ermenegildo Zegna que viste, elegantemente, mi cuerpo, no siento el Omega que llevo en mi muñeca, no siento los Gucci que llevo en mis pies; es imposible de creer que, con todo lo que me costaron estas cosas, ahora no las pueda sentir. ¿Dolor? Bueno, el dolor físico no es algo que pueda describir con exactitud en este momento; sin embargo, hay cosas mucho más dolorosas que el golpe asesino del campeón mundial de los pesos pesados. Nadie se puede imaginar lo desgarrador que es ver a tu esposa llorando desconsoladamente, con el rostro desencajado, frente a ti sin poder hacer nada más que mirarla, sin poder siquiera abrazarla o darle tu hombro para que sus lágrimas reposen sobre él. Nadie imagina lo doloroso que es ver a tu madre después de mucho tiempo, pueden ser años o décadas, para que se despida de ti llorando, rezando y sin darte el beso en la frente que tanto extrañaste. Pero nadie sabe que no hay nada tan doloroso y cortante como ver a tu único hijo gritando que te ama; maldiciendo a la vida entre cada lágrima que sale de unos ojos que heredó de ti; tratando de abrazarte con todas sus fuerzas sin lograrlo porque los separa una muralla de metal y de vida; balbuceando entre sollozos que fue un imbécil qué nunca supo aprovechar tu sabiduría, ni mucho menos tu cariño; qué nunca mereció un padre tan bueno como tú; qué nunca debió pelear contigo por cosas tan estúpidas como el dinero, su carrera de pintor o la chica con la que salía, que ahora es su esposa, madre de sus hijos y de tus nietos; qué debió dejar de lado los rencores y darte un abrazo de verdad y no un ademan fingido y venenoso cada vez que se saludaban; qué extraña los viajes juntos donde le contabas historias de duendes y héroes ficticios o chistes subidos de tonos que lo hacían desternillarse de risa, que extraña verte detrás de tu escritorio, como su héroe, reuniéndote con gente tan importante que nunca pudo acordarse de sus nombres y sus cargos porque la combinación de estos era demasiado larga; qué te extrañará porque fue tan mal hijo que nunca te extraño lo suficiente como para decirte que te necesitaba; que quisiera ser con sus hijos como tú lo fuiste con él; es tan doloroso escuchar todas estas cosas cuando el gran culpable fuiste tú.

Javier, hijo mío, sé que no me puedes escuchar y eso es lo que más me duele. Tuvimos tantos años para solucionar nuestros problemas pero un orgullo estúpido y un rencor venenoso siempre jugaron en contra de nosotros; tuvimos 10 años para sentarnos a hablar como padre e hijo, para volvernos a abrazar como en las tardes que llegaba de trabajar y me sentía tan cerca a tu corazón con cada abrazo, para volver a cantar juntos las canciones de Jose Luis Perales o de Los Beatles, para volver a ganarle a los Vallejo en el futbolín y celebrar cada gol saltando de alegría y haciéndole muecas graciosas, para ser como algún día fuimos, para ser amigos. Me duele en el alma no ser el padre que siempre quise ser para ti; recuerdo cuando te vi por primera vez en los brazos de tu madre, no pude aguantarme: grité, lloré de alegría y los abracé como nunca en mi vida había abrazado. Ahora tú te sientes culpable de todo lo que paso pero la realidad es otra; sólo yo tuve la culpa, cholito, por no ver en tus ojos las ganas de ser diferente a mí, de crear tu propio camino y de jugar tus propias fichas arriesgando más y más en cada apuesta que te presentaba la vida. Perdóname por creer que tenías la obligación de ser como yo, por no ir a tus partidos de básquet donde siempre hubo un lugar vacio que era para mí, por traicionar tu amor cada vez que me acostaba con una mujer que no era tu madre olvidándome de mis promesas y asesinando tus lagrimas, por burlarme de ti diciendo que serias famoso pero un muerto de hambre cuando vi la primera nota sobre tu trabajo en el periódico , por hablar mal de tu esposa por faltar al primer cumpleaños de mi nieto, por ser el padre que nunca quise ser. Hoy, como nunca antes, tengo ganas de llorar y te quiero a mi lado para abrazarte, besarte y decirte que eres inmensamente necesario para mí. Lo siento, cholito, lo siento; daría mi vida por cambiar las cosas; ¡Carajo! Ya no tengo vida.

Cesar, despiértate, despiértate; dijo Raquel. Raquel, estas acá, estoy aquí, sigo vivo; dijo Cesar mientras abrazaba y besaba dulcemente a Maria. Te amo Raquel, te amo; tú y Javi son lo mejor que me ha pasado en esta vida; prosiguió Cesar. Yo también te amo pero has estado gimiendo y llorando desde hace una hora ¿Qué te paso cariño?; pregunto Raquel preocupada. Fue un sueño, una pesadilla; necesito hablar con mi mamá y con Javi; respondió él y siguió, voy a llamar a mi mamá y necesito alistar mis cosas porque voy a visitar a Javier. Cesar, son las dos de la mañana como, empezó a refutar ella, cuando se vio atropellada de un modo cariñoso, gracioso y sutil por él; Bueno pues a las tres estoy saliendo, son 6 horas manejando y cuando llegue a Cajamarca llamaré a mi mamá y luego iré a ver a Javi.

Primera, tercera, quinta; bueno, puedo tener 58 años pero manejo igual o mejor que cuando tenía 20. Hijo, todavía me quedan 3 horas de viaje pero ya estoy pensando en todas las cosas que te diré, en las cosas que me dirás, en las lagrimas que derramaremos juntos, en los abrazos que nos daremos, en abrazar y alzar a mi nieto después de 3 años; ¡caray, Joaquincito debe estar grande!; ha pasado tanto tiempo. Ya terminó el CD de Bach así que pondré ese CD del muchacho flaco y desgreñado; debe ser bueno porque me lo regaló Martin Vallejo.

Ella tiene su mirada, su nariz y sus rodillas; todos los rasgos de su progenitor…aunque es muy parecida piensa que él no la quería…de pronto el se fue, para no volver…nunca más dijo te quiero, nunca más fue una niña; hasta ese día el mundo eran los dos…desde aquella vez, todo es al revés…pero el recuerdo nunca se borro, de cuando iba con su padre a nadar a la piscina o cuando escuchaban Mecano aparcados en la esquina y ella cantaba con todo el corazón…en eso llamo su padre, quien le dio y quito la vida, “Ven hija mía, ven que ya me voy”…ella, en silencio, una lágrima soltó, luego susurró “te quiero” y él le dijo “lo sabía, solo quería escucharlo de tu voz”. La canción terminó y en la Montero sólo se escuchaba el sollozo de Cesar mezclado con las ondas sonoras que volvían a despegar las letras del muchacho flaco y desgarbado; el resto del viaje continuó entre lágrimas de amor y la esperanza por llegar cada vez más rápido a su destino final.

Eran las nueve de la mañana y Cajamarca lo recibió con un sol resplandeciente y amigable, un frío seco y el olor entrañable a eucalipto que tanto caracterizaba a esa ciudad. Perdido en aquel laberinto de grandes pendientes, techos a un agua y anchos badenes; Cesar se animó a preguntar por la dirección que buscaba. Disculpe, amigo, buenos días, ¿podría decirme como llegar a esta dirección?; pronunció mientras acercaba un papel algo arrugado a un tipo de aspecto amigable. Baje dos calles, luego doblé a la derecha y baje tres calles más y listo, compañero; respondió el tipo con un tono amigable. Muchas gracias; respondió Cesar alistándose para seguir las instrucciones al pie de la letra. Por fin, había encontrado la dirección, se estacionó a unos 20 metros, era una casa blanca, de tres pisos, con un techo característico de la zona y un aspecto bastante hogareño. Cesar saco su celular y marcó el número de Raquel, esperó por un par de minutos pero nadie contesto, colgó. Luego, marcó el número de su mama. Aló ¿mamá?, soy Cesar; dijo al darse cuenta que habían contestado. Cesitar, hijo, a los años, ya no te acuerdas de tu madre; respondió una anciana con una voz que delataba su alegría. Lo siento mami solo que últimamente ando muy ocupado; bueno solo quería que sepas que te quiero mucho y que te estoy extrañando como no tienes idea así que estuve pensando y no sé si querrías venir a visitarnos; dijo Cesar. Bueno hijo yo encantada de visitarlos, ya que hace siglos que no te veo y a Raquelita tampoco; acepto la invitación ella. Bueno mami entonces así quedamos, anda alistando tus maletas que mañana mismo compro tu pasaje y te llamo para decirte donde tienes que recogerlo; cuídate mucho y te mando un beso y un abrazo grandes; Te quiero mamá; se despidió Cesar. Yo también te quiero, hijo; tú cuídate mucho más y mándale mis saludos a Raquel; espero que no te olvides de llamarme; respondió la anciana en tono gracioso. Nunca más me olvidare de ti madre; pensó él mientras guardaba su celular.

Estaba a punto de bajar de la camioneta, cuando vio que, de la casa de Javier, dos tipos salían corriendo raudamente y al llegar a la esquina de la calle entraron atropelladamente a un auto blanco de lunas polarizadas. Algo anda mal; pensó Cesar. Bajo rápidamente, se acercó a la casa, paso la puerta, entró a la cocina. ¡Javier!, ¡Javier!, ¿hay alguien aquí?; grito con desesperación mientras iba a la sala. De pronto, en el silencio, se oyeron unos sollozos; Cesar intentó ubicar el origen de aquellos susurros del dolor. En el segundo piso; pensó. Enrumbo hacía las escaleras y al llegar a ellas vio que tenían unas manchas de sangre. Subió con una rapidez inaudita alentado y preocupado por lo que acababa de ver; primer cuarto, vacio; segundo cuarto, vacio; con cada paso que daba los sollozos se hacían más fuertes y angustiantes. El baño; pensó. Se acercó a la puerta del baño y, al tratar de empuñar la manija, se dio cuenta que sus manos temblaban y su rostro estaba bañado en lagrimas. Tomó fuerzas y giró la manija. Javier estaba parado frente a la puerta que recién se abría, tenía un corte profundo a la altura del hombro izquierdo y en la mano derecha empuñaba una Browning 9mm; detrás de él estaban abrazados Joaquín y su madre. Jamás hubiera pensado que la 9mm que te regalé para alentarte a seguir Derecho te hubiera salvado la vida; pensó fugazmente Cesar. Javier, te quiero hijo, siento todo lo que te hice pasar cholito; dijo Cesar mientras se arrodillaba y abrazaba de las piernas a su hijo. Javier se quedo inmóvil por unos segundos; petrificado física y sentimentalmente. Se arrodilló y abrazó a su padre como nunca lo había abrazado antes, ni siquiera aquellas tardes donde se lanzaba sobre él cuando lo veía llegar del trabajo. ¡Abuelo estas acá!, hace bastante tiempo que no te veía, deberías venir más seguido; dijo Joaquín mientras se unía a ese abrazo tan intimo. No te preocupes, hijo, de ahora en adelante las cosas serán diferentes; respondió Cesar mientras le daba un beso en la frente a Joaquín y derramaba sus lágrimas en ella.