miércoles, 20 de julio de 2011

Una tarde


Tengo la impresión de que no se puede escribir algo decente sin escuchar trova al mismo tiempo que se escribe; de la misma forma, uno no puede caminar por Lima sin captar las distintas escenas que nos ofrece esta variopinta ciudad. Son las 3:15 p.m., camino entre las pocas gotas de garua que quedan y mis pies se arrastran entre el lodo característico del invierno limeño; en mi bolsillo solo llevo 5 soles con 70 céntimos y mi única misión es encontrar los precios de un router ADSL que mejore mi conexión de internet.

Es una tarde de jueves de invierno que, en honor a Ángel González, parece una mañana de miércoles de otoño o una tarde de viernes de verano. Es una tarde donde mi única misión será tomar fotos y captar tantas situaciones como me lo permita el tiempo, el clima y la seguridad de mi cámara. La tarde es fría pero es un frio especial; es un frio que te hace necesitar un abrazo y un beso; es una tarde que te provoca andar con la casaca abierta a pesar del frio que llena tu pecho; es una tarde diferente porque el sol acaba de salir y la garua se esconde detrás de las nubes grises que llenan el cielo de esta ciudad.

Bajo del micro, los árboles del Parque de la Exposición me dan la bienvenida. Elijo entrar al parque por el simple hecho de que prefiero alejarme del ruido de los motores, los gritos de cobradores y el aullido desmedido de los cláxones. Cuando hice mi primer ciclo en la universidad, tenía un compañero que prefería viajar una hora y cuarenta y cinco minutos a una hora para evitarse tener que ver edificios grises, combis asesinas y pseudo-mendigos; todo eso a mí me parecía una total payasada y niñería pero ahora puedo comprender en algo su situación. Mis pies se van deslizando entre los adoquines rojizos que componen las veredas que están rodeadas por un verde fresco y natural. Muchos árboles, bancas y palomas; una nívea fuente de mármol me da la espalda en el momento que es protagonista de la primera foto. Mis pasos siguen hacia el otro lado del parque; paso por el Museo de Arte de Lima donde exponen los cuadros de uno de los mejores representantes de la pintura peruana; miro la lista de precios, no me alcanza y sigo caminando.

Salgo del parque para volver al ruido aturdidor de Lima, la gris, la panza de burro. Cruzo la pista y, después de muchos pasos bastante lentos, encuentro otra fuente. El contraste de colores, la falta de agua y las estatuas que la componen (muchas focas y un guerrero iracundo) le dan un aire especial que le quita su triste y solitaria ubicación detrás de varias paredes de ladrillo. El protagonista de mi segunda foto esta nuevamente de espaldas; acabo de darme cuenta que no es que lo protagonistas tengan una resistencia a dejarse tomar una foto cual Rock Star sino que mis habilidades para tomar fotos son mínimas.

Dejé atrás la fuente seca del guerrero furioso, adiós veredas de ladrillos rojos y jardines de verde vida, la selva de cemento se vuelve el reino perfecto de las miradas tristes, facciones adustas y malhumor latente. Paso frente a un gran hotel que está casi al frente de Palacio de (in)Justicia. El Palacio de (in)Justicia se caracteriza por ser un edificio muy grande y robusto; supongo que el tamaño es proporcional a la cantidad de sobornos que se realizan dentro de él. Supongo que será el único protagonista de mis fracasadas fotos que dará la cara porque la tiene demasiado dura como para esconderla.

Mi viaje interdistrital termina en la entrada a un centro comercial de tres pisos. Pasadizos atiborrados de circuitos electrónicos, lo último en tecnología informática (se debe tener en cuenta que es lo último y más accesible a la mayoría de peruanos) lo encuentras acá. Ni bien piso el nivel intermedio escucho los gritos desaforados de las jaladoras; típica costumbre comercial peruana. Amigo, software; ¿qué buscas? ¿Laptops, tintas o juegos? son palabras que llenan mis oídos a cada paso. No tengo ganas de perder el tiempo y hago caso omiso a los gritos; prefiero enfocar mis energías en las sonrisas de las señoritas que ofrecen amablemente diversos productos informáticos. Pregunto sobre mi router donde mi corazonada o la sonrisa de una chica me lleve; pregunto, lamentablemente, sin éxito. Estoy cansado y los gritos ya han empezado a agobiarme así que decido regresar a casa. Las calles están más frías, menos amigables y más húmedas; camino tratando de reconocer alguna escena que me permita sacar otra fotografía pero desisto; ya es muy tarde y lo último que quiero es terminar corriendo detrás de un hombrecillo de dudosa reputación para recuperar mi celular. Ya es de noche y Lima muestra su más fría dimensión; ya es de noche y prefiero que sea tarde una tarde de julio, una tarde para caminar.