viernes, 21 de mayo de 2010

Pureza

Frente a tres líneas de cocaína, con la mirada perdida y el corazón destrozado, Laura decidió desaparecer del mundo. Era una prostituta de lujo pero se había cansado de serlo. Era una mujer hermosa pero su belleza era carne de cañón para las frustraciones y fantasías de sus amantes de turno. Rebuscó rabiosamente dentro de su bolso hasta que sintió el frio asesino que tanto ansiaba. Su cuerpo temblaba nerviosamente dificultándole cualquier movimiento coordinado. Unas lágrimas corrieron sus mejillas mientras distorsionaban y arrastraban las líneas de maquillaje que protegía su alma de las caricias lujuriosas. ¡Mierda!; gritó al momento que empezaba a sollozar. Eso me pasa por puta; siempre estoy en la misma mierda, siempre; pensó mientras sus sollozos apagados se confundían con los acordes eléctricos y decadentes que venían del gran salón. Nunca tuve…nunca pude hacer nada, nunca; si tuviera un poco más de valor, un poco menos de miedo y el tiempo necesario todo seria diferente; pensaba mientras miraba las columnas vertebrales de la perdición.

De pronto, aquel polvillo mágico y malicioso la llamaba, la intimidaba con su amor adictivo y su furia asesina. Necesitaba fuerza; no había otra salida. Alineó su nariz y aspiro fuerte, sin compasión, como si aquel veneno fuera el culpable de su desgracia o la solución inmediata de esta. Las tres líneas fueron desapareciendo bajo su nariz mientras que su pupila gritaba de emoción, sus músculos se endurecían y su desgracia desaparecía. Empuño con fuerza y sin temor el frio metal que había encontrado hace unos minutos. Era un revolver S&W calibre 32; amartilló y lo dirigió a su sien.

Antes de comenzar la noche de trabajo y diversión, los cuerpos casi desnudos de aquellas chicas se cubrían de gruesos sacos negros y algo desgastados. Todas esperaban sentadas en el gran salón la entrada de los caballeros distinguidos que las visitaban cada noche. Todas menos Canela; aquella chica trigueña de un metro setenta tenía una fama bien ganada en aquel muladar de sonrisas falsas, caricias compradas y amores imposibles. Canela era la prostituta más deseada del Gran Red por la extraña razón de ser la prostituta menos prostituta de aquel lugar; con unos modales refinados producto de una educación de clase media acomodada, con un cuerpo ligero pero bien definido; con sus 25 años y con su dominio del francés materno podía enajenar a cualquiera que pisara aquel lugar. Canela esperaba todas las noches cubierta por un vestido de gala de un diseñador español; esperaba en un cuarto separado de los demás donde reinaba el olor a incienso, las alfombras persas y donde la única ley que se imponía era la de la pasión. Si las paredes de este cuartucho hablaran…; pensó irónicamente mientras sonreía.

Las chicas ya empezaban a mover sus voluptuosos y curvilíneos cuerpos tratando de cautivar las miradas libidinosas de los primeros caballeros de la noche. En el estrado principal del Gran Salón, encima del bar, exponían su cuerpo, por turnos, cada una de las chicas apurando la subasta carnívora que se extendería hasta que desaparezca una luna que nunca se ve. Canela estaba aburrida de la rutina; había decidido que esa noche la pasaría en el Gran Salón. Recorrería el Gran Salón; observaría a sus potenciales clientes y esperaría que se acerquen, como lo debe hacer una dama. No participaría del desnudo musical; no quería exponer su cuerpo a los silbidos y miradas lujuriosas que no podrían pagar ni medio segundo con ella.

Canela empezó su caminata; estaba vestida con aquel traje azul marino que resaltaba el color de su piel y de su hombro colgaba un bolso plata que llevaba siempre consigo, tanto en su infrecuente aparición por el Gran Salón como en su rutinaria permanencia en su cárcel del placer. Canela, ¿qué haces acá?; preguntó sorprendido Samuel. Samuel era su representante, por decirlo de la manera más educada. Tenía treinta años pero su rostro escondía diez; era alto y fornido, de tez clara y de mirada penetrante. Nada, Sam. Hoy decidí salir a elegir mis clientes; respondió ella sin dar opción a reclamos. Ok, nena; haz lo que creas que es mejor; terminó él de mala gana viéndola alejarse. Con tal de que no malogres el negocio, no tengo ningún problema Canelita; pensó con rencor Samuel.

Se deslizaba imponente, bella y diferente entre el humo de cigarro, el olor a whisky etiqueta azul y unas líneas blancas ya bastante recorridas por ella. Todos los hombres de aquel salón se quedaban en silencio, admirándola, desvistiéndola y amándola; ella seguía caminando indiferente. Cruzaba miradas juguetonas con algunos hombres que le correspondía acercándose a ella o brindando a su salud sin quitarle la mirada. Entre la confusión del alcohol y el vapor de los cigarros, Canela alcanzo a identificar una imagen conocida; sanguínea pero odiada.

Hacía ya tres años que no veía a Daniel, no lo veía desde que él se entero del particular trabajo de ella. Ahora estaba ahí, con toda su belleza y su arrogancia, viniendo a esconder al homosexual que gritaba por ser libre desde que tenía 14 años; porque si algo sabía Canela eran los verdaderos gustos de su hermano. Daniel tambaleaba al caminar y a Canela le galopaba el corazón. Cada vez estaba más cerca y los recuerdos se iban desempolvando de algún lugar oscuro de la memoria. La primera pitada de marihuana, la primera línea de cocaína; los dos revolcándose de risa; los dos caminando si sentido en una avenida oscura, fría y desconocida. Él tiene la culpa; si no fuera por su estúpido negocio y por sus amigos; yo no estaría acá; simplemente, no quería ser su títere; pensó Canela mientras lo odiaba más y más.

Daniel había prosperado en el negocio de las ilusiones frías y la felicidad ilegal; tenía una posición privilegiada entre los más grandes distribuidores y su poder era letalmente incalculable en muchas zonas. Hola Canela o debería decirte ¿hermanita?; preguntó venenosamente Daniel. Tenía los ojos rojos, el aliento acre del alcohol y la sonrisa muerta. Canela estaba petrificada, sin poder articular palabra alguna solo atinó a cambiar de dirección y alejarse de él. Pero ¿Por qué no me cobras a mí?; eres una puta ¿no?; para eso te pagan y yo te quiero a ti; dijo él mientras la jalaba del brazo impidiéndole escaparse de sus palabras venenosas. No me jodas huevon; yo no te conozco; mintió ella con la voz apagada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. De pronto, Samuel intervino para defender a Canela; finalmente, era su representante y tenía que preocuparse por mantener en pie el negocio. Disculpa, ¿tienes algún problema?; preguntó Samuel tratando de terminar la incómoda situación. , ¡Carajo! Tú no te metas; ¿acaso quieres que te rompa la cara?; no sabes quién es el Demonio; respondió furioso y descontrolado Daniel. Samuel se sorprendió; quiso reaccionar pero el miedo y las ganas de preservar su integridad física lo persuadieron. Ya, compadre, no hay problema; puedes hacer lo que desees pero cuídamela; contestó tímidamente para después ir a la barra por un trago como si nada hubiera pasado.

Canela sintió que el mundo se le caía; ahora estaba sola a merced de su miedo. Creo que te dejaron sola ¿no?; preguntó Daniel sin ocultar su sonrisa diabólica y su mirada turbada. Vamos a tu cuarto; al final, te voy a pagar, soy honesto; siguió él. Ella temblaba de miedo; no sabía qué hacer; solo se tenía a ella misma y a nadie más. Daniel la jaló del brazo pero ella resistió con todas sus fuerzas. Avanza carajo; no entiendes qué quiero estar contigo; gritó Daniel terminando de perder la calma. De pronto, una palma abierta destrozó la mejilla y la arrogancia de Daniel. Te crees muy rica ¿no?; puta de mierda, vete al carajo; gritó él mientras se replegaba buscando una retirada digna. Canela corrió hacia el baño y entró tirando la puerta.

Diez minutos después, el sonido de un disparo fue apagado por los decibeles endemoniados que acompañaban el movimiento de los cuerpos sudorosos en la subastaba de esa noche. Un joven de camisa blanca y corbata de lazo negra entro al baño al instante. Salió y se acercó apresurado a Samuel. Señor, Canela está sangrando en el suelo; se ha disparado, señor; empezó el joven mientras que el cuerpo se le desbarataba de los nervios. Está bien; respondió inmóvil mientras le daba una pitada a su cigarro. ¿Nada más, señor?; repreguntó el muchacho de la corbata con una dosis de miedo. ¡Carajo!, nada más; llama al diario, que pongan un aviso nuestro mañana mismo; ¿total? Es una puta más; contestó molesto sin siquiera voltear. Al otro lado del Gran Salón, Daniel coqueteaba con una chica mientras aspiraba la última líneade la noche. Y en el baño del Gran Red, Laura y Canela habían desaparecido del mundo esa noche; juntas y a la vez separadas en el mismo cuerpo.

jueves, 6 de mayo de 2010

Cincuenta

Todo parece estar perfecto; la gente camina despreocupada entre una neblina húmeda y entrañable, los carros avanzan lentamente luchando contra las órdenes de los policías, el reloj continúa su caminata cíclica hacia el futuro y mi corazón sigue latiendo. Todo está en calma en esta habitación; el televisor está apagado para no seguir recibiendo malas noticias, la radio no suena para evitarme el disgusto de cambiar de emisora por cada canción románticamente detestable que suena, el celular reposa en la mesa de acero y vidrio esperando alguna llamada que me sacará del sueño que nunca tuve, el armario permanece cerrado ocultando la elegancia de un Armani tan costoso como patético y mi mano sostiene una taza de café colombiano que humea aliviándome la amanecida descontrolada con su penetrante aroma. Son las 6 a.m. y recién llego a dormir. La noche ha sido especialmente larga; especialmente porque hoy cometeré uno de los errores más grandes de mi vida, sino el más grande. Y cuando uno comete un error pues hay que cometerlo bien, como se debe; sin mediocridades y hacer todo realmente mal. Nadie lo hubiera pensado, ni mis padres, ni sus padres; solo ella y-supongo que-yo teníamos esa extraña e insolente esperanza guardada en el corazón.

Los minutos se van desvaneciendo; al mismo tiempo que el sueño se torna más inquisidor amenazando mis ganas por seguir despierto. Como era de esperarse, el celular empezó a vibrar, son las 6:30 a.m. y mi día de ayer se ha prolongado hasta la mañana de hoy. Aló, ¿Patricia?; contesto casi de mala gana. Hola amorcito, ¿Cómo estás? ¿Dormiste rico?; responde dulcemente ella sin darse cuenta de mi apatía. Estoy bien, descanse muy rico soñando contigo amor; miento, no he descansado ni mucho menos he soñado con ella. Y tú, ¿Cómo estás? ¿Dormiste bien baby?; pregunte ya menos asediado por el sueño. No, boyby; no pude dormir; tú sabes, mi mamá me ha tenido estresada con lo de los arreglos, con lo del desayuno, con lo del cura, con cada detallito. ¡Carajo! , ups, sorry gordi no debí decir eso pero me tiene estresada; respondió ella bastante acelerada. Era de esperarse ¿no?; toda mamá quiere lo mejor para su hija, así que tranquila que hoy termina todo; respondí tratando de calmarla. Claro que tu mamá quiere lo mejor para ti; por eso no me quiere a tu lado; pensé mientras sonreía. Sí, amor, tienes razón y supongo que tu ya tienes todo listo ¿no?; siguió ella en un tono más calmado. Claro que sí; ¿Cuándo te he fallado? Nunca pues gorda; la tranquilicé en un tono bastante irónico mientras oía una risa disimulada en el auricular. Bueno, amor, te dejo que tengo que alistar todo para el desayuno ¿sí?; cuídate mucho y nos vemos en un ratito; un besote, te amo; se despidió ella. Entonces nos vemos en el desayuno; tú también cuídate mucho y sorpréndeme con algo rico; yo te amo más; contesté. No te preocupes que yo te preparare algo muy rico; terminó ella en tono travieso y seductor mientras escuchaba su beso.

¡Carajo! El desayuno; lo había olvidado. No he dormido, tengo unas ojeras malnacidas que delatan mi noche de borrachera, mi cuerpo solo huele a tabaco y tengo un aliento a whisky que todos odiaran; no podía ser la mejor forma de empezar este día. Son las 7 a.m. y tengo que estar en la casa de Patty a las 9:30 a.m.; pero ¿A quién se le ocurre tener un desayuno importante a las 10 a.m. de un sábado de mis vacaciones? Es algo aberrante. Todo sea por nosotros. ¿Qué nosotros? Bueno, lo que seremos después de hoy y lo que hemos venido siendo hasta ahora. Necesito una camisa, una chompa, mi pantalón más presentable que, en este caso, es el menos sucio y mis zapatos de siempre. Espero que con el esfuerzo sobre humano que estoy haciendo al menos parezca que tengo un discurso preparado, un deslumbrante futuro y un amor desmedido. Ahora tengo que poner mi mejor cara, que no creo que tenga, y embaucar a todo el mundo haciéndoles creer que soy la mejor apuesta; es decir, tengo que ser el hipócrita más grande del mundo; mucho más grande que la madre de Patty, Juliana, que cuando estoy con mi chica me sonríe dulcemente pero cuando estoy sin ella o no estoy se encarga de soltar sus víboras más venenosas sobre mí.

Buenas tardes, disculpe ¿este es el consultorio del doctor Guerrero?; preguntó ella. Sí, yo soy el doctor Guerrero, señorita. ¿En qué le puedo ayudar?; respondí atentamente después de quedarme anonado por unos segundos con la mirada profunda de mi futura paciente. Era una tarde abrigada de un febrero muy caluroso; ella estaba ahí, parada en la puerta de mi consultorio, con su cabello negro y liso, con su piel canela, con sus ojos alegres y amorosos y con su sonrisa tierna e inolvidable. Estaba ahí para ser atendida por el odontólogo Floriano Guerrero y, para mi buena suerte, yo era Floriano Guerrero. Usted es Patricia Chávez ¿verdad?; pregunté con una cara de tonto que no hacía más que resaltar mi interés poco profesional por ella. Ella asintió con la cabeza mientras que en sus labios se dibujaba una sonrisa celestial; la hice pasar al consultorio y le indique que tomara asiento en el sillón. Empecé con las preguntas de rutina que haría cualquier odontólogo que se respete, lo cual no quiere decir que yo me respete como odontólogo. Sin darme cuenta, supongo que ella tampoco, estábamos hablando de Joaquín Sabina, de los libros de Gabo, de la poesía de Vallejo y de nuestras vidas universitarias. Sin darnos cuenta, yo le decía Patty y ella me decía Lolo. Sin darnos cuenta, nuestras miradas se cruzaban dulcemente. Sin que se dé cuenta, el dolor punzante que sufría cuando entró había desaparecido al sacar un trozo de algún hueso que estaba atascado en sus dientes. Sin darnos cuenta, cada uno había entrado al corazón del otro. Sin darnos cuenta, habían pasado 3 horas en un segundo.

Me miro al espejo y me siento un dandi; todo encaja a la perfección. Ni muy elegante ni muy informal; perfecto. Mi pelo, todavía húmedo por el baño que tomé, se mantiene quieto aparentando sumisión, de mi cuello cuelga una chompa que reposa en mi espalda, mi torso está cubierto por una camisa a rayas que deja tomar aire a dos de sus botones, mi pantalón lo llevo hasta la cintura y mis mocasines reinventan a mis pies haciéndolos olvidarse de la gravedad. Siento que falta algo; o sea, me siento un caballero honorable pero hay algo que falta. Bueno, qué importa, creo que es suficiente con lo que llevo para ser el chico bien que toda madre amaría y que todo padre veneraría. Ya son las 8:30 a.m. y me esperan 45 minutos de estrés colectivo en el camino hacia la casa de Patricia a bordo de mi Celica de estreno que me arrepiento de haber estrenado.

El frio de una tarde de agosto se ensaña con nosotros por caminar bajo la neblina y a orillas del mar que lo único que quiere es disfrutar apaciblemente de su espíritu ermitaño de invierno. No es nuestra primera cita y deseo firmemente que no sea la última. Han pasado seis meses desde la primera vez que vi a Patty parada, siempre bella, en la puerta de mi consultorio. Han pasado seis meses y muchas citas; el cine, el teatro, la cena en el restaurant argentino, la caminata de un viernes por la tarde en El Olivar y ahora la playa. Ya se hace tarde y todavía falta unos 10 minutos de camino para llegar al auto. Ya se hace tarde y no puedo articular una palabra; sigo sin poder decir todo lo que siento. Nunca fui bueno expresando lo que sentía y ahora lo soy menos; tengo tanto que decirle que no sé por dónde empezar; en verdad, ni siquiera sé cómo empezar. Nunca me había sentido tan cerca de ella como ahora. La protejo del frio cubriéndola con todo mi cuerpo; la abrazo por la cintura mientras que nuestras manos se entrelazan y nuestros dedos juegan un juego que nadie conoce y no hago más que sentir los latidos de su corazón tan cerca al mío. Patty, me encanta que estés a mi lado; tartamudeo sorprendiéndome a mí mismo. Disfruto cada minuto que estoy a tu lado; en serio, hay algo en ti que…; continúo sin tartamudear y sin pensar. Nos habíamos detenido y el tiempo lo había hecho con nosotros; estábamos frente a frente mirándonos y diciéndonos muchas cosas en silencio. Patty, no sé…no puedo…me muero por estar contigo; en estos seis meses no hubo un segundo que no haya pensado en cómo decir esto; ¿Quieres estar conmigo?; dije sin darme cuenta de lo que decía, probablemente, porque no lo decía yo sino era mi corazón el que estaba gritando. Ella me miró sorprendida; casi extasiada. Sí, sí y sí; te quiero, Lolo; me respondió ella al oído mientras me abrazaba y besaba tiernamente.

El sonido tétrico de la puerta eléctrica me indica que esta ya está abierta mientras me arranca de mis recuerdos. Habían pasado 3 horas desde su llamada y no había hecho más que recordar todo lo que habíamos vivido. No me estoy arrepintiendo de nada de lo que hayamos hecho; es más, puedo asegurar que en cada segundo a su lado fui muy feliz y trate de hacer de ella la mujer más feliz del mundo. El problema es que no quiero arrepentirme de lo que pase hoy; no quiero que pasen 10 años y sentir que mi decisión fue la peor; no quiero sentirme un completo fracasado y enrostrárselo a una persona que no tiene la culpa de amarme como me ama ni de enloquecerme como me enloquece; no quiero dejar de lado mis borracheras infrecuentes, como la de ayer; no quiero pelear por cosas estúpidas; no quiero levantarme de madrugada para cambiar pañales; no quiero dejar de tomar cerveza para tomar yogurt con cereales; no quiero despertarme en las mañanas con la obligación de tener una sonrisa de oreja a oreja; no quiero hacerla infeliz cuando la amo lo suficiente como para morir en el intento si es que me dispusiera a hacerlo. ¿Lolo, estas ahí?; preguntó Patty a través del intercomunicador. Sí, ya entro; respondí mientras abría la puerta principal y me dirigía a la puerta falsa que daba a la cocina. Avance a través del pasadizo mientras observaba las replicas de grandes obras maestras que hoy estaban más replicas que nunca. De pronto, al avanzar dentro de la cocina, una criatura angelical y juguetona se trepo en mi espalda y me tapó los ojos. A que no adivinas quien soy; me dijo suavemente Patty al oído. Señorita Patricia Chávez, la descubrí; respondí en un tono de seriedad fingida mientras sacaba sus manos de mis ojos y volteaba mi cara para darle un beso. El sonido de la puerta abriéndose violentamente nos asustó. Patty bajó de mi espalda como pudo y yo intente arreglarme la camisa y la chompa lo más rápido posible. Era Juliana. Señora, buenos días; saludé cortésmente. Buenos días, Florianito; respondió mi saludo ella mientras que en su rostro se dibujaba una sonrisa diabólica. Vieja perra; pensé. Me acerqué a ella y le di un beso en la mejilla. Lolito, ¿qué ha pasado hijo?, estas con un aliento a licor bastante fuerte; hay que lavarse los dientes más seguido ¿no?; dijo, como en secreto, ella mientras me clavaba su mirada de medusa iracunda y sonreía malvadamente. La puta que la pario; ¿Por qué carajos me tiene que pasar estas cosas a mí?; pensé odiando a esa vieja metiche. No, señora Juliana, ¿Cómo cree eso de mí?; sólo tomé unas copas para los nervios, usted me comprende ¿no?; respondí tratando de no crisparme y agregando un tono de sarcasmo en cada palabra. Sí, comprendo Floriano; lo que todavía no comprendo es de dónde saca fuerzas mi hijita para aguantarte; atacó ella al percatarse de que Patricia había salido de la cocina. Yo tampoco lo comprendo; pero tampoco lo intento porque el amor no se puede entender señora; me defendí de aquel ataque. Dibujé una sonrisa en mi rostro y salí de la cocina siguiendo a mi chica y disfrutando al ver a su madre muerta de rabia.

Son las 8 p.m. de un martes de invierno, me encuentro parado frente a la puerta de Patty; ya tenemos casi un año de enamorados y me ha pedido que venga a su casa porque sus padres le han dicho que quieren conocer al chico con el que sale; no su enamorado, no su novio; simplemente, el chico con el que está saliendo. El frio me pone más nervioso de lo que debería estar y en el aire siento la tensión que no debería tener esta cena. Estoy a tiempo; todavía puedo correr hasta la esquina, tomar un taxi y al llegar a mi casa llamar a Patty con voz de resfriado y hacerle creer que estoy tan enfermo que, lamentablemente, no podré ir a cenar con sus papás. No podría hacerle eso; es la chica que amo y no tendría el coraje para hacerla sufrir. Toco el timbre. Espero un minuto, una voz gruesa y amigable responde a mi llamado por el intercomunicador. Buenas noches; dice la voz. Buenas noches, señor, soy Floriano Guerrero y vengo a ver a Patricia; interrumpo sin darle tiempo a la voz para que haga preguntas. Espere un momento, por favor; se despide la voz en el mismo tono amigable con el que empezó. Después de uno minutos bajo ella con un vestido azul marino que moldeaba perfectamente su cuerpo; me hizo pasar, fuimos a la sala que tenía una araña de 6 luces en el centro, el piso completamente alfombrado y varios muebles de cuero marrón bastante cómodos. Mientras conversábamos parados al lado de un mueble, una pareja empezó a bajar por las escaleras que estaban a la mano derecha de la sala. Él tenía un aspecto bonachón y una sonrisa fresca; su mirada era tímida y su cuerpo excesivamente grande. Ella, a la izquierda de él, era bella, aparentaba muchos años menos de los que yo le había calculado, vestía muy elegante y un aire de superioridad emanaba de todo su ser. Papi, mami, él es Floriano; dijo Patty y continuó; Floriano, él es David, mi padre, y ella es Juliana, mi madre. Mucho gusto, señor; mucho gusto, señora; saludé con la mayor elegancia que me permitían unos nervios traicioneros. Mucho gusto, espero que podamos conocerte mejor en esta cena; respondió él a mi saludo. Hola muchachito, yo soy Juliana; intervino ella cuando su esposo termino en un tono bastante pedante y altivo. Había un gran nivel de hostilidad en sus palabras y en su mirada. La cena llegó; carne de cerdo al horno acompañado con puré de papa y una ensalada alemana conformaban el plato principal; todo se veía realmente delicioso pero yo seguía con un puño en mi estomago. Terminé comiendo todo, no de mala gana, pero sin hambre; me sentía vigilado por Juliana; sentía que se fijaba en cada movimiento de mis músculos. Sentía que me odiaba profundamente por el simple hecho de estar “saliendo” con su hija; por otro lado, David fue bastante hospitalario conmigo y pudimos llevar una buena conversación en algunos pasajes de la cena. Los platos ya están vacios y la sobremesa se estaba aplazando con la ayuda del buen vino que decidió abrir David. La conversación fluye sin ningún problema cuando, de repente, siento un movimiento suave pero contundente en el lado de Patty. Discúlpenme, vuelvo en un minuto; dijo Patty desesperadamente mientras caminaba hacia la cocina. Esta muchachita, siempre con sus escenitas; intervino Juliana al mismo tiempo que se retiraba de la mesa para seguir a Patricia que ya había desaparecido de mi vista. Mujeres, Floriano, mujeres; no hay que entenderlas, simplemente hay que hacerles caso; resumió David dando por terminada la sobremesa y la cena.

Los invitados esperan en la sala la aparición de los protagonistas de ese día; todos están felices, comentando anécdotas de nosotros o comentando los pormenores de lo que será la mejor noche de nuestras vidas; parece que fuera una competencia para encontrar la historia más intima o más graciosa de Patty o mía. No hay muchos invitados; son pocos los amigos cercanos que tenemos o a la gente que estamos obligados a invitar para evitar los rencores y rencillas dentro de la familia. Estamos en el segundo piso sin saber en qué momento bajar; nuestras piernas tiemblan y nuestras manos sudan; le sujeto la mano tratando de transmitirle la confianza que no tengo pero no hago más que empapar su mano. Floriano creo que ya es hora de que bajen; los invitados llevan esperando media hora y eso no me parece muy agradable; nos sorprendió una voz gruesa; era David que había puesto su mano en mi hombro intentando darme fuerzas. Tiene razón, señor David, siento mucho haber demorado tanto; me disculpe mientras apretaba con más fuerza la mano de Patty y daba mi primer paso para bajar la escalera. Bajábamos cada escalón con sumo cuidado; de pronto, faltando poco para llegar al primer nivel, nos soprendieron unos aplausos tímidos y espaciados; mientras más cerca estábamos, los aplausos aumentaban su frecuencia y su intensidad. Los aplausos perforan mis tímpanos tratando de hacerme desvanecer; no hago más que tomar la mano de Patty con mayor fuerza. No sé qué debo hacer; ya estoy parado en la sala y solo intento a sonreír pero no puedo; supongo que mi cara solo dibuja una mueca estática que demuestra mi pánico. La gente me abraza, me da palmadas en el hombro, me felicita; yo solo atino a saludarlos con un movimiento de cabeza y a agradecerles con una sonrisa que espero estar forzando. Ahora estoy parado en el centro de la sala, rodeado por todos los invitados. Mi papa y David me flanquean, ellos son los encargados de dirigir las primeras palabras en esta reunión. Se dirigen a nosotros, cada uno en su turno, de una forma bastante cariñosa y nostálgica; mi papá se quebró, no puedo contener sus lágrimas de felicidad al abrazarme; en cambio, David mantuvo la calma en cada palabra demostrando una ecuanimidad que nunca admiré tanto como en ese momento. Ahora tengo que hablar yo; no sé qué debo o qué tengo que decir. Antes que nada quería agradecerles por su presencia y disculparme por la sencillez de esta reunión; empecé con mi discurso improvisado. Gracias por compartir con nosotros este día tan importante; queríamos disfrutar de su compañía en este día especial; continué mientras mis ideas eran atropelladas por mis nervios y mi natural torpeza haciendo que mis palabras redunden en un circulo aburrido y peligroso. No podía tranquilizarme y mucho menos viendo como la gente tomaba sus copas de espumante francés en las manos dispuestas a brindar a mi orden. Como verán, los nervios han empezado a traicionarme y les pido disculpas por eso; solo quiero decir que te amo Patty, te amo como no te lo imaginas y como nunca había imaginado amar a alguien; quiero brindar por ese amor; ¡Salud!; terminé mi paupérrimo discurso y di la orden del brindis. ¡Salud!; oí en unísono. Patricia estaba petrificada sin poder articular una sola palabra; corrió a mis brazos y me beso como jamás me habían besado. Te amo, te amo gordo; dijo ella mientras sentía que sus ojos me regalaban dos lágrimas de felicidad. La gente aplaudió y yo solo sonreí como un tonto mientras la abrazaba y la amaba infinitamente. Nuestros invitados estaban dispuestos a comer y la mesa estaba dispuesta a recibirlos con una variedad infinita de crepes, los quesos más extraños y chics y una serie de jugos que rogué para que fueran hechos por Patty para que me alimentara cada mañana con ellos. Solo había tomado un jugo de mango y otro de fresa cuando decidí comer un crepe de manjar blanco que me tentaba desde el otro lado de la mesa. Corrí hacía él y lo tome delicadamente en mi mano; lo mordí con amor y sentí como mi boca se llenaba de un sabor inolvidable. Mastiqué con paciencia como tratando de robarme su sabor para siempre y, una vez logrado mi objetivo, lo pasé. Sentí como llegaba a mi estomago mientras iba despertando a un demonio en su caída. Sentí como mi cuerpo empezaba a temblar y mi estomago iba siendo golpeado por fuerza interna demoledora. Caminé hacia el baño tratando de no desvanecerme y causarles un mal momento a todas las personas. Entre al baño rápidamente y cerré la puerta dando un portazo. Vomité sin llegar al inodoro; no podía respirar, sentí que caía sin poder reaccionar, golpee el lavatorio con mi cabeza y me desvanecí.

La mañana era calurosa, el agua reposaba limpia y tranquila en la piscina y Patricia jugueteaba dormida entre las sabanas. Nos habíamos escapado unos días de la ciudad; estábamos aburridos del humo de los carros, las ordenes de nuestros jefes y la rutina semanal de discotecas, teatros, cines y restaurantes. Queríamos algo diferente y yo había preparado algo diferente para ella. Estoy parado en la puerta de un bungaló en un centro recreacional de Catacaos donde el sol nunca descansa y la noche siempre abriga. Ya llevábamos cuatro años juntos y solo deseo hacerla feliz, como lo he deseado desde el día que la conocí. Entró lentamente al bungaló, me acerco mi mochila, que está a mi lado de la cama, y reviso el bolsillo más pequeño con cuidado de no hacer ruido. Encuentro lo que buscaba con tanto cuidado; es totalmente dorado y su forma sin fin me hipnotiza al mostrarme su lado más perfecto, más puro, más brillante; lo meto a mi boca y lo escondo bajo mi lengua. Amor, amor; levántate rápido vamos a bañarnos que el agua esta riquísima; dije en voz alta y entusiasmada mientras movía a Patricia tratando de levantarla. No respondía; continué remeciéndola dulcemente. Lolo, son las 9 de la mañana; ¿no puede ser más tarde amor?; respondió todavía soñolienta. No, no, no; ahora es el momento perfecto, ¡Vamos!; la persuadí al mismo tiempo que la cogía de la mano y la jalaba fuera de la cama para que se deshaga del sopor y todo siga como lo había planeado. No, Lolo, no; estoy con pijama; así no puedo entrar; se negó ella mientras salíamos del bungaló. No fastidies amor, no hay nadie; no tienes de que preocuparte; contradije mientras la seguía acercando a la piscina. Se veía tan sexy en esa pijama. Al darse cuenta que ya no podía hacer nada contra mi voluntad decidió tomar la iniciativa y me empujo con mucha fuerza estando cerca al borde de hacia la piscina. No pude mantener el equilibrio y empecé a caer a la piscina. Entré en pánico; esto no estaba planeado. Debía entrar con ella, darle un beso y en ese momento tratar de darle la sorpresa en la boca. ¡Carajo!. El impacto con el agua se acercaba y, por algún motivo, olvide que tenía que mantener la boca cerrada y empecé a abrirla. Mi cabeza entró al agua violentamente y mi boca se lleno de millones de moléculas de agua. Recordé que debía mantener la boca cerrada y la cerré pero ya era tarde; me había atorado. El agua había llegado hasta mi estomago y mis pulmones. Subí lo más rápido que pude a la superficie. Me sentía oprimido, una fuerza infinitamente grande se instalaba en mi garganta para que el aire no siguiera dándome vida. Subí al borde de la piscina donde me esperaba Patricia riéndose de su travesura; la odie profundamente por eso. No podía conmigo mismo; intentaba respirar pero cualquier intento era oprimido por un dolor de garganta atroz. Tosía y tosía sin que una bocanada de aire fresco llegara a alimentar mis pulmones. Patricia ya se había dado cuenta de lo que estaba pasando y su rostro cambio completamente; se quedo inmóvil dejando un rictus fatalista en el. Yo ya no podía resistir, mis ojos se cerraban más con cada intento por sacar aquella pieza dorada de mi garganta. Qué irónico; estaba a punto de hacer una propuesta que cambiaría mi vida pero no llegaría a hacerla porque ya no tendría vida. Un último intento, el último. Escurrí el aire de mis pulmones dejándolo a mi disposición y empuje desde adentro; empuje con fuerza, con mi estomago, con mi diafragma, con mi sangre y con mi corazón. El dolor fue intenso, sentí que me sacaban la garganta de cuajo; de repente, un objeto dorado y mortal salió disparado de mi boca y mi respiración se estabilizó. Patricia me abrazó y yo la abracé con todas mis fuerzas. Lo siento, amor, perdóname ¿sí?; se disculpó mientras reposaba en mi pecho y me acariciaba la espalda. Tranquila, baby, ya pasó; la tranquilicé y le di un beso en la frente. Estuvimos abrazados por muchos minutos que parecieron eternos. Gordo, ¿Qué era esa cosa con la que te atoraste?; me preguntó bastante consternada. No lo sé, anda a verlo ¿sí?; fingí tratando de preocuparla más. Se acercó lentamente a aquel objeto extraño para ella; mientras más se acercaba su rostro iba iluminándose de una felicidad absoluta. Lo cogió rápidamente y lo limpio con el agua de la piscina. Lo sacó del agua y se quedo mirándolo pasmada. Se paro rápidamente y corrió a mi lado; me abrazó y me beso con una pasión única como tratando de atraparme dentro de de ella. Me enseñó el anillo y vi en sus ojos brillosos la ilusión que tanto había esperado ver. Le indiqué la parte interior del anillo; había una frase.

Te amo desde que sale el sol hasta que se oculta la luna.

La leyó en voz alta. Quiso decir algo pero puse mi dedo índice un sus labios para apaciguarla. ¿Quieres casarte conmigo Patricia Chávez?; pregunté perdiendo el último de mis miedos, el rechazo. Te amo, Lolo, te amo; lo último que quiero es estar lejos de ti, me muero por casarme contigo; contestó ella sin dudarlo. Nos abrazamos, nos besamos y lloramos de alegría.

Me despierto; estoy en mi cama. No sé como llegue acá; después de la caída en el baño de Patty, no recuerdo nada. Mi papa está cabeceando en su lucha contra el sueño. El reloj de la pared marca las 3:30 p.m.; no sé si es sábado, domingo o lunes; lo único que sé es que estoy tirado en mi cama, que mi papá cabecea tratando de no ser vencido por el sueño y que tengo que levantarme rápido para saber cómo están las cosas. Me levanto y un dolor filoso me rebana el cerebro. Camino hacia el baño, entro, me lavo las manos y la cara; necesitaba refrescar mi piel. Siento en mi bolsillo la vibración monótona de mi celular; contesto. Aló, gordo, ¿cómo estás?; preguntó Patty. Baby, estoy bien y tú ¿cómo estás?; respondí sintiéndome mejor al oír su voz. Bien, solo que me quede preocupada por lo de la mañana; te pusiste muy mal Lolo; respondió con preocupación. Tranquila gorda ya estoy mucho mejor; solo necesitaba unas horas de sueño; la tranquilicé. Ojala que hayas descansado porque no te voy a permitir otra escenita hoy en la noche ¡ah!; dijo en un tono irónico y burlón mientras reía. Que graciosa que estas hoy ¿no?; tranquila dentro de un rato me baño y como nuevo; respondí riéndome al mismo tiempo. Bueno gordo ponte lindo para mí que esta será una noche muy especial; yo ya te dejo que tengo que verificar algunas cositas; un beso, te amo; se despidió dulcemente. Está bien amor; trataré de ponerme lo más lindo que pueda; será difícil con lo feo que soy pero te prometo que lo intentare; otro beso para ti; te amo mi Patty; me despedí feliz y amoroso. Son las 4 p.m. y tengo 2 horas para alistarme y una más para llegar a la iglesia; no es cosa del otro mundo; finalmente, soy hombre, no necesito más de media hora para elegir el traje correcto. Tengo que confesar que no soy un creyente ni mucho menos el practicante más recto en la doctrina católica pero acepté hacer todo esto por la iglesia a expreso pedido de mi madre y de Juliana que querían que esta relación sea bendecida por el altísimo como si no bastara lo suficiente con amarnos como nos amamos. Mi papá ya no ha podido luchar contra el sueño; perdió, otra vez, esa batalla que desata cada tarde después del almuerzo. Tendré que despertarlo después de bañarme porque de seguro querrá ser el mejor vestido de la fiesta y que su hijo sea el segundo mejor vestido, después de él claro está. Papá despiértate; tienes que alistarte para la iglesia viejito; desperté dulcemente a mi padre que se encontraba hipnotizado hipnotizado por alguna musa en su sueño; ya estaba listo, solo tenía que ponerme aquel Armani que tanto se esconde del mundo. Lolito, hijo, nos diste un susto a mí y a tu madre; estábamos preocupadísimos por ti pero veo que ya estas mejor ¿no?; preguntó bastante preocupado. No te preocupes papi; más bien, alístate para ir a la iglesia; le aconsejé preocupado por el tiempo que nos quedaba para vestirlo. Ya estábamos listos y elegantes cuando dieron las 5:30 p.m.; mi padre necesitaba decirme algo importante, lo veía en su mirada y lo sentía en su actitud, pero no encontraba la forma de decírmelo. Mira hijo se que esta ha sido una decisión difícil; no es fácil dejar de lado tantas cosas de lado, no es fácil dejar a los amigos, a las noches de borrachera y a los amores de una noche; no es fácil, te lo digo como hombre, pero llega un momento en la vida de toda persona en que debe preocuparse por la persona que ama, por la persona que daría su vida; tu tomaste esa decisión y quiero que sepas que tienes mi apoyo y que espero que seas realmente feliz con Patricia; dijo demostrando experiencia y seguridad en cada una de sus palabras. Esto no hizo más que aumentar mi inseguridad y mi miedo; nunca había visto a mi padre en ese transe y hasta pareció tener más fe en esto que yo. Gracias papá, gracias por apoyarme; realmente lo necesitaba; respondí a sus palabras con cierto afecto mientras lo abrazaba. No necesitaba esas palabras y menos ahora. Antes de eso todo estaba perfecto, no había mayor apuro en hacer las cosas; no entiendo porque se me metió esa idea en la cabeza.

Las calles avanzan lentamente vistas desde la limosina que me lleva a la iglesia. Mi padre me acompaña en la limosina como en el silencio sepulcral que se ha instalado en ella. No dejo de pensar que estoy cometiendo el peor error de mi vida; no puedo hacer nada más que seguir ese camino o morir en el intento. Morir, podría ser una opción; podría decir que necesito una parada en la costa verde y ni bien se detenga la limosina pues salgo corriendo como galgo y me tiro por el acantilado o podría decir que pare en un puente. Carajo, estamos cruzando un puente. Falta poco para la iglesia y no sería capaz de hacer una perrada de ese tipo a mi…a mi...a mi Patricia. Estoy bajando de la limosina y frente a la puerta de la iglesia me esperan 2 buenos amigos que serán los testigos de este suicidio social; amigos con los que estuve tomando ayer para “celebrar” la ceremonia de hoy. Los saludo con un fuerte abrazo y ellos me corresponden. Pasamos dentro de la iglesia; los adornos han sido ubicados perfectamente por orden de Juliana. La gente dentro de la iglesia me saluda, me felicita, me agradece. ¿Saludarías a alguien que está caminando hacia la horca? ¿Felicitarías a alguien que está a punto de ser asesinado y camina lleno de miedo para cumplir su destino? ¿Agradecerías que alguien te haya invitado a presenciar su muerte?; meditaba mientras caminaba solo hacia el altar. Faltaban dos minutos y Patty no llegaba; de pronto, un frio ensordecedor comenzó a recorrer mi cuerpo. Había la posibilidad de que ella también tuviera las mismas dudas que yo y, al igual que yo, sentía miedo de confesarlas. El sacerdote ya estaba en el altar, frente a mí, empezando su ceremonia. Primera lectura, segunda lectura y ella no daba señales de vida. No quería voltear para que la gente no viera mi rostro desencajado; probablemente ella si tuvo el coraje de decir que no y salir corriendo huyendo de su suicidio. El evangelio ya hacia su aparición con los cánticos y alabanzas del coro de la iglesia y, de pronto, aquellos cánticos dolorosos y flemáticos se vieron interrumpidos por la música que caracterizaba la entrada de la novia; por fin pude respirar tranquilo. Ella respeto su promesa y estaba ahí; respeto su promesa porque me amaba y porque sabe que yo la amo. Voltee y la vi más bella que nunca; dentro de ese vestido blanco era una diosa, la diosa de mi corazón. Olvidé todas mis dudas existencialistas y baje a recibirla. Su padre la llevaba en un compás armonioso que, con el tamaño que David tenía, daba un espectáculo gracioso. Ya frente a mí, ella me dio una mirada cómplice. Lo siento baby pero lo bueno tiene que hacerse esperar; se disculpó mientras sonreía de oreja a oreja con esa sonrisa tan suya que me alegra cada día a su lado. Te amo Patricia; respondí mientras la llevaba al altar. La ceremonia continuó sin sobresaltos; yo no hacía más que apreciar la belleza, la inteligencia y el buen humor de la chica que tenia a mi lado en el altar. Patricia Chávez, ¿aceptas como esposo a Floriano Guerrero?; preguntó serenamente el sacerdote. Sí, acepto; respondió ella más segura que nunca. Floriano Guerrero, ¿aceptas como esposa a Patricia Chávez?; preguntó nuevamente. Sí, acepto; respondí desde el fondo de mi corazón. El novio puede besar a la novia; finalizó. Voltee hacia ella, la tomé de las manos y al besé. La besé sin importar el pudor que sentía por todas las miradas puestas en nosotros; la besé de la forma más tierna que jamás había besado; la besé mientras me daba cuenta que los dos estábamos llorando embriagados de amor y de felicidad; la besé para sentirme suyo y sentirla a ella tan mía como nunca antes lo había sido; la besé dándole todo mi corazón, sin importar la caída ni el dolor del fracaso porque en ese momento yo era feliz a su lado. La iglesia rompió en aplausos.

Son las 3:30 a.m. y un día como hoy, hace 50 años, decidí que no iba a suicidarme; no lo iba a ser porque aguantaría cada embate punzante del destino, me levantaría ante cada fracaso y no mandaría todo al tacho por una simple discusión. Ahora tengo 4 hijos y 7 nietos. Mi nombre es Floriano Guerrero y la mayoría de ustedes ya me conoce. Y, a diferencia de la última vez, ahora prepare este discurso para mi familia y para ustedes. No han sido tiempos fáciles pero hemos sabido superar cada traspié. Y cada traspié y recuerdo doloroso lo vale porque no hay nada como despertarse en la mañana al lado de la persona que amas; no hay nada como ver a tus hijos sonreír con cada locura nueva que inventas para sorprenderlos; no hay nada como salir a pasear las tarde con tus nietos y no hay nada como tener a la persona que amas a tu lado siempre, en las buenas y en las malas, con o sin dinero, sano o enfermo. Gracias por darme esos 4 diamantes que hemos aprendido a pulir en lo que va de estos 50 años; gracias por aguantarme en mis berrinches y por gritarme cuando era necesario-y cuando no, bueno, me la debes; Gracias por hacerme el hombre más feliz del planeta Patricia Chávez. De repente, mañana muero, nadie lo sabe, y solo quiero que sepan que realmente amé y fui infinitamente feliz haciéndolo. Te amo desde que sale el sol hasta que se oculta la luna mi amor.

Transformemos al Perú

Este video habla, literalmente, por sí solo. Todo peruano deberia ver este video. Espero que reflexionemos sobre nuestra labor para mejorar el Perú en el día a día.


La entrada

Ya tengo mi entrada para el concierto de Joaquín Sabina; sí, contra todo pronóstico, ya la tengo.
Ahora solo queda esperar a las 9 p.m. de dos de junio para disfrutar del Flaco de Úbeda. Sí, envidienme, envidienme con razón; estare a 16 filas de Sabina. No puedo aguantar la emoción. Acá les dejo una fotito de la entrada y algunos videos para que disfruten del Grande de Grandes.


Nos sobran los motivos



Tiramisu de Limon



Princesa y Barbi Super Star



Rosa de Lima



Medias Negras



Disfruten del arte, de la poesía, de una buena comida, de una buena conversación y de un buen trago. Disfruta de la vida; de cada momento vivido y sin pensar en lo que no volveras a vivir. Disfruta de cada lágrima, de cada sonrisa, de cada pena y de cada alegría. Disfruta de cada defecto y de cada virtud que te haya dado la vida. Disfruta del sol odioso del verano y del frio deprimente de invierno. Disfruta sin hacer daño a los demás y de la felicidad ajena. Disfruta como si nunca más fueras a disfrutar.

A un gran compañero

Este poema lo escribí hace mucho tiempo; en el 2006 para ser más exactos; para poder entenderlo tendrán que analizarlo en ese contexto. De verdad tengo mucha vergüenza de colgarlo pero quiero que se rian un poco. Rianse sobre cualquier cosa que quieran reirse; para eso esta este blog. Espero que se diviertan.

A un Gran Compañero

Buenos días, caballeros,
hoy les vengo a hablar de un compañero
que se ha paseado por el mundo entero
y tiene más adornos que un florero.

Un Dios prepotente,
le da esperanza a su gente
que vive en la estrella roja
que más parece una silla coja.

La inflación le afectó,
después de que gobernó;
y ahora quiere saber la razón
que lo motivo a ser un panzón.

Tiene apariencia de torero,
pero más parece un ropero;
esperar no le gusta,
pero de hacer formar colas a la gente degusta.

Hipnotizaste a paloma y jaguar,
haciéndolos por la estrella votar;
muchos otros más, una diazepan tuvieron que tomar,
para evitar vomitar,
al momento de sufragar.

Entrevistas ya no quiere dar
y El Francotirador no quiere visitar;
yo no se que pasara,
¿cuál será el miedo que tendrá?