sábado, 25 de diciembre de 2010

Navidad, navidad, navidad (8)




Yo no me considero una persona creyente; es más, con el paso de los años he llegado a ser un agnóstico confeso y he tratado de defender mi posición en cualquier oportunidad. Ser agnóstico supone afirmar que no existe ningún método para comprobar o descartar la existencia de un ser supremo, omnipotente y bondadoso. Por lo tanto, yo no debería celebrar la navidad y curiosamente sí la celebro.
 
Mi primer recuerdo de navidad supongo que se relaciona directamente con los villancicos y el concurso de villancicos de mi colegio. Tengo que admitir que canto mal, pero supongo que antes cantaba aceptablemente mal; es decir, lo mínimamente bien como para cantar en el coro de mi salón uno que otro año. El punto es que no solo cantaba frente a todo el colegio agazapado en una horda de tenores regordetes y cachetones sino que también hacia el agravio público frente a toda mi familia delante del nacimiento. (8) Oh que precioso niño yo me muero por él (8)

También recuerdo las cocholatadas del trabajo de mi mamá donde un Papa Noel bastante original me entregaba unos regalos bastante ostentosos. El punto es que después de muchos años me entere de que ese Papa Noel era contratado por el trabajo de mi madre y no hacia más que entregarme regalos que mi madre compraba para mí. Por suerte, para cuando me entere de que mi madre me compraba los regalos ya había descartado la existencia de Papa Noel.

Cuando era niño, usualmente me llevaban de un lugar a otro en mi casa, una casa que conozco como la palma de mi mano y a la que siempre llegare para encontrarme con mis abuelos, mi madre, mi padre y mi cuarto de siempre. El punto es que recorría de un lugar a otro toda la casa tratando de encontrar al bendito barbón que gracias a nuestra inocencia era demasiado ágil y escurridizo; milagrosamente, después de toda la persecución, Papa Noel se daba el tiempo necesario para dejar todos los regalos al pie del árbol, saludar a mis padres, comer un poco de pavo y panetón, darle un poco de agua a Rodolfo y subir a su trineo para seguir repartiendo regalos. Así creía que pasaba todo; hasta que, unos días antes de la navidad, decidí armarme de valor y, dudando de la existencia del viejito bonachón y escurridizo, buscar por toda la casa el escondite de los regalos. Después de muchas horas, encontré el lugar. El consultorio de mi abuelo estaba lleno de papeles de regalo, carritos, aviones o muñecas.

Y creo que el recuerdo que se me viene con mayor fuerza es mi casa llena de familiares, luces y regalos. La mesa llena de comida y el olor a pavo recién horneado(muy a pesar de que el pavo no me produzca ningún interés culinario). Recuerdo los abrazos, las chispitas y uno que otro fuego artificial. 

Como han de imaginarse, este año, por mis creencias me he planteado si debería celebrar la navidad o no. Al final de todo, soy agnóstico y si he defendido tanto mi posición por más de 3 años que me parece muy mediocre dejar de lado mis convicciones. El punto es que después de estar alejado de mi familia por más de 2 años-con intervalos cortos de encuentro-, me di cuenta que el verdadero significado de la navidad, al menos para mí, no es el nacimiento de Cristo; digamos que para mí es una oportunidad de ver a mis seres queridos, abrazarlos con todas mis fuerzas y dejar de pensar por un momento en lo que tengo que hacer para el próximo mes o la próxima semana y dedicarme enteramente a ellos; así la casa este más vacía, no haya tantos regalos y yo este mucho más grande.

¡FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!

P.D. El dibujo le pertenece a Lorena Miranda del blog La Casa Amarilla . Desde ahora prefiero el Ekeko a Papa Noel :) Ekeko Rulz

2 comentarios:

  1. qué tal dibujón!! jajaja gracias julio!

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  2. lore se botaaaaaaaaaaaa xD :)...esta muy bien tu dibujo lore felicitaciones :)

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