domingo, 27 de marzo de 2011

Tantas veces, Cerro

Cerro de Pasco es una ciudad invernal, con un frio que entra hasta los huesos y con una altura que amedrenta a cualquier costeño. A mí me gusta la sierra, he estado en Cajamarca, Cusco (no con z), Huancayo, Huánuco y otras ciudades que volvería a visitar una y otra vez; pero con Cerro todo es diferente. Por razones extrañas del destino, he estado acá dos veces; dos veces donde odie y maldije a esta ciudad de invierno eterno.

La primera vez, tenía diez u once años, era un chiquito rollizo e intranquilo y estaba de paso por Cerro. Mi destino final era Huancayo y la única razón para subir a más de 4000 metros sobre el nivel del mar era visitar a mi hermano que por ese tiempo trabaja muy feliz por este lado de la Cordillera de los Andes. No hubo ningún problema hasta que mi hermano me recomendó no correr ni hacer mucho esfuerzo porque podía darme algo que él llamaba “soroche”. Como todo chico obediente, me importo un pito su recomendación y, para probarle que estaba equivocado, empecé a correr como si estuviera participando en maratón. Lo siguiente que puedo recordar es la oscuridad del carro que nos llevaba a Huancayo y un dolor de cabeza infernal combinados con unos mareos y unas nauseas incontrolables. Gritaba que esa ciudad era una porquería y que nunca más en toda mi vida volvería a estar ahí.

La segunda vez,  tenía trece años y mi ego y orgullo seguían resentidos con esta ciudad. Decidí cobrarme la revancha. Espere que lleguen las vacaciones de medio año, llamé a mi hermano y le dije que quería visitarlo en Cerro de Pasco para conocer lo que era una mina de verdad. Angel, mi hermano, accedió sin ningún problema a que lo visitara; finalmente, era mi hermano mayor y ya hacía buen tiempo que no lo veía. Salí de Lima con un litro de mate de coca para evitar algún juego pendenciero de la altura. Pensaba llevar a cabo mi venganza pero la altura fue más. Llegue a Cerro con todo el litro de mate de coca fuera de mi estomago, una dinamita detonando cada segundo en mi cabeza y un tornado dando vueltas en mi cabeza. Mi hermano me recogió, me llevo a la residencia y me colocó una mascarilla que llenó mis pulmones del oxigeno que tanto extrañaba. Ese día jugaba Perú con Uruguay por las eliminatorias para el algún Mundial de fútbol al que no logramos clasificar, nuevamente. Perdimos y yo sentía que perdería mi cabeza si me quitaban la mascarilla. Estuve así cerca de cuatro días y al quinto día tuvimos que bajar a Lima porque mi hermano tenía sus días libres. Lo único importante de esos cuatro días es que pude entrar a una discoteca por primera vez-¿alguien dijo Eyffer?-; lamentablemente, el soroche me volvió a traicionar y tuvimos que regresar a la media hora a la residencia. Regresé a Lima con la cabeza baja, mi orgullo por los suelos y prometiendo no volver nunca más a esta ciudad que me trataba tan mal y cada vez peor.

Han pasado casi siete años de la última vez que estuve aquí. Ahora soy un estudiante de Ingeniera de Minas que necesita hacer sus prácticas de verano y, como era de esperarse, Cerro no estaba en ninguno de mis planes para practicar-si en algún momento llegue a tener algún plan. El punto es que ninguna empresa quería darle prácticas a este estudiante de sexto ciclo y mi última esperanza ya se había esfumado mientras esperaba una llamada que nunca llego. Tenía mi pasaje comprado para Chiclayo donde planeaba pasar el resto de mis vacaciones, trabajar como profesor de pingpong, leer y escribir bastante. Eran las 9:54 a.m. del jueves 20 de enero, cuando mi celular registro una llamada entrante de un número desconocido. En estos días de espera impaciente, cualquier llamada de un número desconocido era un motivo para ilusionarse. Me estaban ofreciendo una práctica en una conocida minera de Cerro de Pasco. No dudé, la acepté; tampoco tenía muchas opciones para elegir así que no podía darme el lujo de rechazarla. Compré mi pasaje y aliste mis cosas. A las 10:30 p.m. estaba sentado en el asiento de un bus que me llevaría a la ciudad que prometí no volver por el resto de mi vida.

Llegué a Cerro sin ningún problema. Fui a Paragsha, me registre como el practicante de Ingeniería y Planeamiento e inicie los papeleos de admisión. Después de tres horas, empecé a sentir dolor de cabeza y mareos y seguí así por casi cuatro días; cuatro días donde mis drogas perfectas fueron el oxigeno y los corticoides. Por suerte, pasé todos los exámenes que debía pasar (psicológico, médico y de inducción) y a los cinco días empecé a trabajar, pero ese es motivo de otro post.

Era mi segundo o tercer día en Cerro de Pasco cuando empecé a escribir este post y estaba arrepintiéndome de haber viajado. Ahora, casi dos meses después, he decidido terminarlo pero no puedo hacer eso sin recordar lo bien que lo pase y lo feliz que soy de haber conocido todas las personas que conocí. Fueron dos meses donde disfrute de mi independencia, de mi libertad, de mis amigos y de la profesión que he elegido aunque sea cabrona y matadora. Como ya dije, pienso volver a Cerro; quizá no como practicante pero si como ingeniero-asumiendo que llego a terminar mi carrera- pero pienso volver. Pienso volver para seguir arrepintiéndome de lo que dije hace muchos años cuando lo único que importaba era si me dolía la cabeza o no pero pienso volver para seguir disfrutando de esa independencia que tanto me ha gustado y para retribuir todos lo que esta empresa y esta ciudad me han dado en dos meses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario