viernes, 21 de mayo de 2010

Pureza

Frente a tres líneas de cocaína, con la mirada perdida y el corazón destrozado, Laura decidió desaparecer del mundo. Era una prostituta de lujo pero se había cansado de serlo. Era una mujer hermosa pero su belleza era carne de cañón para las frustraciones y fantasías de sus amantes de turno. Rebuscó rabiosamente dentro de su bolso hasta que sintió el frio asesino que tanto ansiaba. Su cuerpo temblaba nerviosamente dificultándole cualquier movimiento coordinado. Unas lágrimas corrieron sus mejillas mientras distorsionaban y arrastraban las líneas de maquillaje que protegía su alma de las caricias lujuriosas. ¡Mierda!; gritó al momento que empezaba a sollozar. Eso me pasa por puta; siempre estoy en la misma mierda, siempre; pensó mientras sus sollozos apagados se confundían con los acordes eléctricos y decadentes que venían del gran salón. Nunca tuve…nunca pude hacer nada, nunca; si tuviera un poco más de valor, un poco menos de miedo y el tiempo necesario todo seria diferente; pensaba mientras miraba las columnas vertebrales de la perdición.

De pronto, aquel polvillo mágico y malicioso la llamaba, la intimidaba con su amor adictivo y su furia asesina. Necesitaba fuerza; no había otra salida. Alineó su nariz y aspiro fuerte, sin compasión, como si aquel veneno fuera el culpable de su desgracia o la solución inmediata de esta. Las tres líneas fueron desapareciendo bajo su nariz mientras que su pupila gritaba de emoción, sus músculos se endurecían y su desgracia desaparecía. Empuño con fuerza y sin temor el frio metal que había encontrado hace unos minutos. Era un revolver S&W calibre 32; amartilló y lo dirigió a su sien.

Antes de comenzar la noche de trabajo y diversión, los cuerpos casi desnudos de aquellas chicas se cubrían de gruesos sacos negros y algo desgastados. Todas esperaban sentadas en el gran salón la entrada de los caballeros distinguidos que las visitaban cada noche. Todas menos Canela; aquella chica trigueña de un metro setenta tenía una fama bien ganada en aquel muladar de sonrisas falsas, caricias compradas y amores imposibles. Canela era la prostituta más deseada del Gran Red por la extraña razón de ser la prostituta menos prostituta de aquel lugar; con unos modales refinados producto de una educación de clase media acomodada, con un cuerpo ligero pero bien definido; con sus 25 años y con su dominio del francés materno podía enajenar a cualquiera que pisara aquel lugar. Canela esperaba todas las noches cubierta por un vestido de gala de un diseñador español; esperaba en un cuarto separado de los demás donde reinaba el olor a incienso, las alfombras persas y donde la única ley que se imponía era la de la pasión. Si las paredes de este cuartucho hablaran…; pensó irónicamente mientras sonreía.

Las chicas ya empezaban a mover sus voluptuosos y curvilíneos cuerpos tratando de cautivar las miradas libidinosas de los primeros caballeros de la noche. En el estrado principal del Gran Salón, encima del bar, exponían su cuerpo, por turnos, cada una de las chicas apurando la subasta carnívora que se extendería hasta que desaparezca una luna que nunca se ve. Canela estaba aburrida de la rutina; había decidido que esa noche la pasaría en el Gran Salón. Recorrería el Gran Salón; observaría a sus potenciales clientes y esperaría que se acerquen, como lo debe hacer una dama. No participaría del desnudo musical; no quería exponer su cuerpo a los silbidos y miradas lujuriosas que no podrían pagar ni medio segundo con ella.

Canela empezó su caminata; estaba vestida con aquel traje azul marino que resaltaba el color de su piel y de su hombro colgaba un bolso plata que llevaba siempre consigo, tanto en su infrecuente aparición por el Gran Salón como en su rutinaria permanencia en su cárcel del placer. Canela, ¿qué haces acá?; preguntó sorprendido Samuel. Samuel era su representante, por decirlo de la manera más educada. Tenía treinta años pero su rostro escondía diez; era alto y fornido, de tez clara y de mirada penetrante. Nada, Sam. Hoy decidí salir a elegir mis clientes; respondió ella sin dar opción a reclamos. Ok, nena; haz lo que creas que es mejor; terminó él de mala gana viéndola alejarse. Con tal de que no malogres el negocio, no tengo ningún problema Canelita; pensó con rencor Samuel.

Se deslizaba imponente, bella y diferente entre el humo de cigarro, el olor a whisky etiqueta azul y unas líneas blancas ya bastante recorridas por ella. Todos los hombres de aquel salón se quedaban en silencio, admirándola, desvistiéndola y amándola; ella seguía caminando indiferente. Cruzaba miradas juguetonas con algunos hombres que le correspondía acercándose a ella o brindando a su salud sin quitarle la mirada. Entre la confusión del alcohol y el vapor de los cigarros, Canela alcanzo a identificar una imagen conocida; sanguínea pero odiada.

Hacía ya tres años que no veía a Daniel, no lo veía desde que él se entero del particular trabajo de ella. Ahora estaba ahí, con toda su belleza y su arrogancia, viniendo a esconder al homosexual que gritaba por ser libre desde que tenía 14 años; porque si algo sabía Canela eran los verdaderos gustos de su hermano. Daniel tambaleaba al caminar y a Canela le galopaba el corazón. Cada vez estaba más cerca y los recuerdos se iban desempolvando de algún lugar oscuro de la memoria. La primera pitada de marihuana, la primera línea de cocaína; los dos revolcándose de risa; los dos caminando si sentido en una avenida oscura, fría y desconocida. Él tiene la culpa; si no fuera por su estúpido negocio y por sus amigos; yo no estaría acá; simplemente, no quería ser su títere; pensó Canela mientras lo odiaba más y más.

Daniel había prosperado en el negocio de las ilusiones frías y la felicidad ilegal; tenía una posición privilegiada entre los más grandes distribuidores y su poder era letalmente incalculable en muchas zonas. Hola Canela o debería decirte ¿hermanita?; preguntó venenosamente Daniel. Tenía los ojos rojos, el aliento acre del alcohol y la sonrisa muerta. Canela estaba petrificada, sin poder articular palabra alguna solo atinó a cambiar de dirección y alejarse de él. Pero ¿Por qué no me cobras a mí?; eres una puta ¿no?; para eso te pagan y yo te quiero a ti; dijo él mientras la jalaba del brazo impidiéndole escaparse de sus palabras venenosas. No me jodas huevon; yo no te conozco; mintió ella con la voz apagada mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. De pronto, Samuel intervino para defender a Canela; finalmente, era su representante y tenía que preocuparse por mantener en pie el negocio. Disculpa, ¿tienes algún problema?; preguntó Samuel tratando de terminar la incómoda situación. , ¡Carajo! Tú no te metas; ¿acaso quieres que te rompa la cara?; no sabes quién es el Demonio; respondió furioso y descontrolado Daniel. Samuel se sorprendió; quiso reaccionar pero el miedo y las ganas de preservar su integridad física lo persuadieron. Ya, compadre, no hay problema; puedes hacer lo que desees pero cuídamela; contestó tímidamente para después ir a la barra por un trago como si nada hubiera pasado.

Canela sintió que el mundo se le caía; ahora estaba sola a merced de su miedo. Creo que te dejaron sola ¿no?; preguntó Daniel sin ocultar su sonrisa diabólica y su mirada turbada. Vamos a tu cuarto; al final, te voy a pagar, soy honesto; siguió él. Ella temblaba de miedo; no sabía qué hacer; solo se tenía a ella misma y a nadie más. Daniel la jaló del brazo pero ella resistió con todas sus fuerzas. Avanza carajo; no entiendes qué quiero estar contigo; gritó Daniel terminando de perder la calma. De pronto, una palma abierta destrozó la mejilla y la arrogancia de Daniel. Te crees muy rica ¿no?; puta de mierda, vete al carajo; gritó él mientras se replegaba buscando una retirada digna. Canela corrió hacia el baño y entró tirando la puerta.

Diez minutos después, el sonido de un disparo fue apagado por los decibeles endemoniados que acompañaban el movimiento de los cuerpos sudorosos en la subastaba de esa noche. Un joven de camisa blanca y corbata de lazo negra entro al baño al instante. Salió y se acercó apresurado a Samuel. Señor, Canela está sangrando en el suelo; se ha disparado, señor; empezó el joven mientras que el cuerpo se le desbarataba de los nervios. Está bien; respondió inmóvil mientras le daba una pitada a su cigarro. ¿Nada más, señor?; repreguntó el muchacho de la corbata con una dosis de miedo. ¡Carajo!, nada más; llama al diario, que pongan un aviso nuestro mañana mismo; ¿total? Es una puta más; contestó molesto sin siquiera voltear. Al otro lado del Gran Salón, Daniel coqueteaba con una chica mientras aspiraba la última líneade la noche. Y en el baño del Gran Red, Laura y Canela habían desaparecido del mundo esa noche; juntas y a la vez separadas en el mismo cuerpo.

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